“Soldado, paz, por siempre paz,
Los pueblos odian la guerra”
Canción rusa
Los pueblos odian la guerra”
Canción rusa
Esta semana se celebra en todas las escuelas de Venezuela el día del maestro. Y oyendo a nuestro presidente en una de sus múltiples peroratas, dándonos clase sobre agricultura, industria y economía, alabando las enseñanzas que ahora se imparten en las escuelas bolivarianas, recordé mi viejo colegio, el Instituto de Educación Integral, de San Bernardino.
Ese colegio era especial. Belén Sanjuán y Amalia Romero lo diseñaron usando el modelo de República Escolar ensayado en escuelas experimentales, donde existía un Poder Ejecutivo, formado por consejeros electos en cada curso, responsables cada uno en un área específica: Trabajo, Agricultura, Cría, Ornato, Cultura, Orden. Esta organización tenía como contrapartida un Poder Legislativo, que velaba por el cumplimiento de las leyes y un Poder Judicial, donde había jueces y fiscales que dirimían casos extremos de violaciones del orden escolar.
Esa dinámica, casi un juego diario, nos instruyó en forma temprana en cómo organizarnos como sociedad, cómo trabajar en equipo, cada quién con roles específicos y responsabilidades claras, con metas individuales y colectivas. Elegíamos al mejor compañero para la tarea, y el que era elegido consideraba un honor y una responsabilidad ejercer el cargo que el grupo le asignaba, y lo hacía lo mejor posible. Y el grupo- los compañeros, las maestras- le exigían el mejor desempeño, criticando en forma constructiva sus resultados.
Abundo en detalles porque resulta que ese colegio era de corte socialista. Cosa que me vine a enterar después, como adulto, pues allí no se imponían ideologías, ni religiones, ni credos. En un tiempo donde el mundo exterior estaba en ebullición - la guerrilla, el movimiento hippie, las drogas, la guerra de Vietnam- aún cuando leíamos el periódico y éramos casi todos hijos de gente de izquierda, dentro del colegio lo importante era enterarnos también de los últimos avances de la ciencia, del arte, de la poesía, y hacer cualquiera de estas cosas con excelencia. Y ser críticos, ante los sucesos, ante las acciones de los otros, ante la vida. Y amar la democracia, la libertad de decir lo que pensamos, y asumir nuestra posición responsablemente. Y amar la paz. Tanto, que la canción que cantábamos como si fuera un himno del colegio, era una canción rusa, que llamaba a los soldados a la paz, que cantaba a la vida.
El hecho de ser socialista, o ser hijo de gente de izquierda, no significaba estar alienado, ni sometido a una ideología, o a un líder, a quien no se puede criticar, ni siquiera replicar. Y si nuestros líderes no estaban dando la talla, teníamos el derecho de cuestionar su mandato y solicitar su destitución, de ser el caso, sin necesidad de usar la violencia para ello. El aprendizaje era el de un socialismo en democracia, a través del trabajo en equipo y del voto. Nada más lejos de los valores que hoy se imparten en las aulas bolivarianas, en la televisión, en la radio, en los discursos de los gobernantes, y de lo que hoy ocurre con esta enmienda constitucional, este parche que se quiere poner para justificar ambiciones personales de poder.
Por las poesías de Rabindranath Tagore, de García Lorca, de Aquiles Nazoa, por las canciones venezolanas cantadas a coro de voces múltiples, por despertarme con el vals de las flores, por aprender la disciplina del conocimiento, la rítmica, la armonía, el equilibrio entre las múltiples áreas de la vida, por la libertad de decir lo que pienso con respeto, por escribir con esta pluma fuente que hoy tengo en mis manos, y soñar con la posibilidad de un mundo mejor, por haber aprendido a realizar esos sueños, les doy las gracias a Belén, a Amalia, a Hortensia, a Doris, a Marta, al profesor Grishka Holguín, a Federico, al profesor Moreira, a mis maestros de entonces.
Ese colegio era especial. Belén Sanjuán y Amalia Romero lo diseñaron usando el modelo de República Escolar ensayado en escuelas experimentales, donde existía un Poder Ejecutivo, formado por consejeros electos en cada curso, responsables cada uno en un área específica: Trabajo, Agricultura, Cría, Ornato, Cultura, Orden. Esta organización tenía como contrapartida un Poder Legislativo, que velaba por el cumplimiento de las leyes y un Poder Judicial, donde había jueces y fiscales que dirimían casos extremos de violaciones del orden escolar.
Esa dinámica, casi un juego diario, nos instruyó en forma temprana en cómo organizarnos como sociedad, cómo trabajar en equipo, cada quién con roles específicos y responsabilidades claras, con metas individuales y colectivas. Elegíamos al mejor compañero para la tarea, y el que era elegido consideraba un honor y una responsabilidad ejercer el cargo que el grupo le asignaba, y lo hacía lo mejor posible. Y el grupo- los compañeros, las maestras- le exigían el mejor desempeño, criticando en forma constructiva sus resultados.
Abundo en detalles porque resulta que ese colegio era de corte socialista. Cosa que me vine a enterar después, como adulto, pues allí no se imponían ideologías, ni religiones, ni credos. En un tiempo donde el mundo exterior estaba en ebullición - la guerrilla, el movimiento hippie, las drogas, la guerra de Vietnam- aún cuando leíamos el periódico y éramos casi todos hijos de gente de izquierda, dentro del colegio lo importante era enterarnos también de los últimos avances de la ciencia, del arte, de la poesía, y hacer cualquiera de estas cosas con excelencia. Y ser críticos, ante los sucesos, ante las acciones de los otros, ante la vida. Y amar la democracia, la libertad de decir lo que pensamos, y asumir nuestra posición responsablemente. Y amar la paz. Tanto, que la canción que cantábamos como si fuera un himno del colegio, era una canción rusa, que llamaba a los soldados a la paz, que cantaba a la vida.
El hecho de ser socialista, o ser hijo de gente de izquierda, no significaba estar alienado, ni sometido a una ideología, o a un líder, a quien no se puede criticar, ni siquiera replicar. Y si nuestros líderes no estaban dando la talla, teníamos el derecho de cuestionar su mandato y solicitar su destitución, de ser el caso, sin necesidad de usar la violencia para ello. El aprendizaje era el de un socialismo en democracia, a través del trabajo en equipo y del voto. Nada más lejos de los valores que hoy se imparten en las aulas bolivarianas, en la televisión, en la radio, en los discursos de los gobernantes, y de lo que hoy ocurre con esta enmienda constitucional, este parche que se quiere poner para justificar ambiciones personales de poder.
Por las poesías de Rabindranath Tagore, de García Lorca, de Aquiles Nazoa, por las canciones venezolanas cantadas a coro de voces múltiples, por despertarme con el vals de las flores, por aprender la disciplina del conocimiento, la rítmica, la armonía, el equilibrio entre las múltiples áreas de la vida, por la libertad de decir lo que pienso con respeto, por escribir con esta pluma fuente que hoy tengo en mis manos, y soñar con la posibilidad de un mundo mejor, por haber aprendido a realizar esos sueños, les doy las gracias a Belén, a Amalia, a Hortensia, a Doris, a Marta, al profesor Grishka Holguín, a Federico, al profesor Moreira, a mis maestros de entonces.